Ese sentimiento natural del pueblo, clave fundamental de una vida justa y libertaria ha sido descuartizado por el hambre y el despotismo a través de la historia. El capitalismo nos fue vendiendo la idea del “éxito” individual. En la escuela empezaron hablarnos de ser “competitivo”. Te dijeron: “tienes que esforzarte porque debes competir y si no ganas no tienes futuro”. Empezamos a estudiar por hambre y hacer negocios para ser empresarios y de allí: “una cosa es la amistad y otra es el negocio” y también: “alpargata no es zapato ni que le pongan tacón, la franela no es camisa ni chor llega a pantalón”. Todo eso nos lo fue enseñando el capitalismo y entonces las fachadas de las casas fueron más importantes que su interior y un paredón lo más ideal y urbanizaciones y edificios donde nadie se conoce ni se saluda. Pero nosotros no somos así. Ese no es el corazón del pueblo. El capitalismo nos vendió una realidad ficticia. Nos hizo pensar que existen personas más importantes que otras y es mentira. Todos sentimos frío, calor, hambre, envejecemos, enfermamos, morimos, etc. Todos necesitamos de todos. La sociedad necesita al conuquero, al pescador, al albañil, al médico, al músico…Ninguno es más importante que otro. Somos interdependientes. Pero el capitalismo nos vendió la idea falsa de que eso no es verdad y la verdad es que esa es una verdad del tamaño del universo. Somos socialistas, somos comunistas por naturaleza.
Si el trabajo colectivo es inherente a los orígenes de la especie, si la cayapa como extensión del trabajo colectivo ha sido una virtud de este pueblo conuquero, entonces un país conuquero, cayapérico, es el que tenemos que construir llámese socialista o comunista o como sea. Esa espiritualidad no es consecuencia de elaboraciones mentales ni de ninguna “concientización ideológica”, sino que es fruto de una cultura sustentada en la interacción y producción de lo diverso en íntima conexión con una idea del mundo insertada en el cuerpo como un órgano más y materializada involuntariamente en la confraternidad mediante las expresiones consecuentes de toda cultura: una ciencia, una tecnología, una arquitectura, un lenguaje, un canto, un arte, una poesía, una literatura; todo eso en un todo que tiene de cada cosa una cosa para desembocar en lo que es: la cultura de donde nos originamos como nación y de la cual debe partir nuestro devenir intelectual, no por capricho nacionalista o patriotero, sino porque ésta nos garantiza desde la autonomía alimentaría a la que todo pueblo que se estime aspira, hasta el hilo emocional de existencia colectiva que nos sostenga a través del tiempo sin ningún peligro del desarraigo que hoy arrastramos como dolor masivo, y nos unifique en el pueblo que somos sin ninguna contradicción con el planeta para que el sueño ya no precise de conceptos políticos que lo justifiquen y sea en la vida misma tan simple como respirar o hacer el amor.
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