“Dice mi padre que un solo traidor
puede más que mil valientes”
Alfredo Zitarrosa
Un periodista, por allá en mil novecientos y algo, entrevistaba al jefe de la revolución agraria mexicana Emiliano Zapata y le preguntó qué aspiraba en lo personal de la revolución, más allá de los logros colectivos, y éste le respondió: “¿Usted ve aquella loma que está allá? bueno, yo quisiera, sí es posible, allí, un pedacito de tierra”. El periodista le contestó: “¿por qué siendo usted el jefe de la revolución mexicana se conforma con tan poco? A lo cual le dijo Zapata: “Allí me gustaría que construyeran un cementerio pa que me entierren junto a mis compañeros”. Emiliano Zapata fue asesinado tiempo después en una emboscada, víctima de una traición. Nunca se rindió, siempre se negó rotundamente a entregar las armas ante las diversas propuestas de pacificación. Decía que sólo las armas garantizaban el reparto de las tierras y que dispersos y desarmados serían masacrados por los latifundistas, los cuales contaban con recursos para eso. Mantuvo su ejército hasta el final e incluso aplicó con éxito por más de cinco años el conocido Plan de Ayala en una buena parte del territorio del sur de México, el cual no era más que una Ley de Tierras en donde hubo reparto de las mismas con propuestas productivas concretas.
Nuestra revolución tomó el camino de la paz y nosotros sabemos que ese camino es lento. La lucha política para que se materialicen los planes es engorrosa. Los revolucionarios enfrentan con coraza de hierro saboteos y obstáculos de todo tipo. Las instituciones están infectadas por la ética de la putrefacta política que se niega a morir. Subyacen en ella la modorra burocrática y los vicios que todavía no le permiten romper con los viejos esquemas y aun, por arrastrar prácticas del pasado, no se encuentra la fórmula real, más allá de la ley, para que el pueblo se labre su propio destino. Debemos lograrlo, en ello nos va la vida.
La revolución es pacífica, pero no desarmada, ha dicho nuestro comandante Chávez, refiriéndose a un pueblo dispuesto a defender la revolución y a unas Fuerzas Armadas, a pesar del conjunto de traiciones que ha habido en su seno, de resguardar
A pesar de lo absurdo de que la tierra como bien natural, al igual que el aire, pudiese tener dueño, el Estado le ha respetado la propiedad a los terratenientes bajo ciertos criterios específicos de productividad. Bastantes de ellos, en su voracidad, ante el temor de que sus fincas se clasifiquen como no productivas, en muchos casos lo que han hecho es deforestar indiscriminadamente el monte con los daños ambientales consecuentes para justificar sus extensiones. En fin, los ricos cuentan con las mejores y mayores extensiones de tierras, pero aun así, cuando los campesinos sin tierra tratan de acceder a un pedazo, por lo general de la peor calidad, son recibidos a plomo.
Los campesinos revolucionarios activos en esta pelea son hostigados continuamente. El considerable número de campesinos asesinados tiene como objetivo amedrentar y descabezar el movimiento campesino. No lo lograrán. Hasta tanto no se salde esa deuda histórica la confrontación es inevitable. La propiedad privada sobre la tierra no tiene fundamento legítimo y es antinatural. Sin embargo, en la mayoría de los campesinos no persiste una posición radical sobre el problema, sólo exigen un pedazo de tierra para trabajar fundamentados en la constitución de
Es un asunto de vida o muerte. El campesinado venezolano necesita sentir que cuenta con un gobierno dispuesto a hacer cumplir la ley para no verse forzado, una vez más, al igual que Ezequiel Zamora y Emiliano Zapata, a armarse para hacerla valer, porque parafraseando al Che Guevara: “o hay patria para todos o sino que no haya para nadie”.